El águila representa el clima, ese factor cambiante e impredecible, amable y obsequioso pero también violento y hostil, que decreta la vida, define el crecimiento, la maduración y consecuentemente, la personalidad del vino. Temido y respetado, el águila es el máximo depredador de los cielos, libre de ir a donde le plazca, rudo e intempestivo como su vida, a la que de manera estoica se sobrepone. El clima modifica la acidez, aromas y madurez del vino, otorgando cada año un carácter distinto, inolvidable e irrepetible.
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